GOWAN, Peter: La apuesta de la globalización (The Global Gamble); Cap. II: Los “mercados
de capitales”, los sistemas financieros y el sistema monetario internacional posterior
a la Segunda Guerra Mundial. © Ediciones Akal, Madrid, 2000 (© Peter
Gowin, 1999)
(Pág.25, tercer párrafo)
La noción de que una gran expansión del tamaño de los “mercados
de capitales” constituye un síntoma de tendencias positivas de la producción capitalista
es tan falaz como imaginar que una vasta expansión del sector asegurador es un
signo de que el mundo se ha convertido en un lugar mas seguro. El aseguramiento
puede funcionar de la manera inversa: cuanto mayor sea el número de delitos,
mayor será el mercado de seguros sobre la propiedad. Similarmente, cuando se
hacen, de la noche a la mañana, grandes fortunas en los “mercados de capitales”,
la regla elemental más útil para interpretar tales tendencias es la que asevera
que algo dentro del capitalismo está funcionando muy mal desde el punto de
vista social.
Exploraremos algunas de estas cuestiones, empezando por
el rasgo más obvio de los sistemas financieros, su papel como oferentes de crédito.
El crédito implica prestar dinero a terceros con el
acuerdo de que devolverán el dinero más tarde con un premio o royalty normalmente en la
forma de un tipo de interés[1].
No hay nada necesariamente capitalista en el crédito y grandes áreas de los
sistemas de crédito nacional no están relacionadas en absoluto con la
producción. Los trabajadores pueden colocar su dinero en cooperativas de crédito
y obtener préstamos de éstas en tiempos difíciles con la esperanza de devolver
el dinero en tiempos mejores. Pagan una comisión por el servicio, pero ésta
puede ser pequeña, porque la cooperativa es una entidad sin ánimo de lucro.
Tales cooperativas satisfacen necesidades de consumo, no de producción, y no
son capitalistas. Las cooperativas de
viviendas que se limitan al mercado inmobiliario juegan un papel similar a la
hora de ofrecer créditos a la gente que compra una casa. Un rasgo común de estos
tipos de organizaciones es que el dinero-crédito que emiten proviene
directamente de los ahorros depositados en ellas. En otras palabras, sus
recursos proceden de la producción anterior de valor en la economía: los
ahorros de los empleados provienen de los salarios que ya han ganado en la
producción[2].
Los bancos son diferentes porque pueden crear nuevo dinero en sus
operaciones de crédito. Podemos percibir esto cuando nos percatamos que, en
cualquier momento, los bancos, en su conjunto, podrían estar dando a todos los
agentes económicos más dinero del que tienen en sus depósitos. . Así, está
circulando más dinero en la economía que el que se deriva de los ahorros
generados por la pasada creación de valor. Parte del dinero es, en realidad, lo
que podríamos llamar dinero ficticio: dinero procedente no del pasado, sino de
las expectativas de que será validado por futuras actividades productivas[3].
En el marco del capitalismo los bancos tampoco tienen que funcionar como compañías
capitalistas privadas. A comienzos de la década de 1990, por ejemplo, más de la
mitad de los cien mayores bancos europeos eran de propiedad pública y sus
criterios financieros de funcionamiento eran, en principio, asuntos de interés público.
Incluso aunque sean privados, los bancos juegan un papel tan esencial y
poderoso en la economía pública, debido a su capacidad de emitir dinero-crédito,
que cualquier capitalista sensato se asegurará que el Estado esté interfiriendo constantemente en sus
actividades (aunque, por razones ideológicas, se prefiera que estas funciones
estatales conserven un “perfil bajo”). Como señala Kapstein: “Se dice a los bancos cuánto capital
deben mantener, dónde pueden actuar, qué productos pueden vender y cuánto
pueden prestar a una empresa”[4]
La existencia de este dinero-crédito ficticio es muy benéfica
para el conjunto de la economía, debido a su papel a la hora de facilitar la
circulación de mercancías. Sin él el desarrollo económico sería mucho más
lento. Es especialmente relevante para los patronos, al permitirles disponer de
grandes cantidades de dinero para adquirir equipos, que rendirán su máximo
valor en la producción de años futuros. Si los empresarios pudieran invertir
sólo los ahorros reales, es decir, el dinero derivado de la anterior creación
de valor, invertir en capital fijo sería mucho más costoso, demasiado, en
realidad, para buena parte de la inversión. El crédito también se ha
convertido, por otro lado, en un medio muy importante de expandir la compra de
bienes por parte de los consumidores. Este es otro modo de decir que las
economías modernas están asentadas en grandes cantidades de deuda. De manera
que los bancos juegan un papel fundamental tanto al canalizar ahorros como al
crear nuevos fondos (dinero ficticio) para la inversión productiva. La
totalidad de la economía capitalista podría ser dirigida con un sistema
financiero que consistiese únicamente en tales bancos.
Históricamente, sin embargo, se han desarrollado otras
formas de instituciones financieras, especialmente en el mundo anglosajón, que
han desempeñado un papel central en el desarrollo histórico del capitalismo. En
primer lugar, han surgido las acciones y los bonos como medio de obtener
fondos. Una compañía puede ofertar
acciones e invertir los recursos obtenidos en actividades empresariales. Las
acciones son trozos de papel que otorgan el derecho a la percepción de futuros
dividendos derivados de las actividades de la compañía. Las compañías y los
gobiernos también pueden vender bonos y emplear los recursos obtenidos para una
variedad infinita de propósitos. Similarmente, estos bonos son trozos de papel
que confieren al poseedor el derecho a percibir una suma fija de rentas futuras
durante un determinado período de tiempo. Un rasgo especial de las acciones y
de los bonos (conocidos colectivamente en Inglaterra desde el siglo XVII como “valores”)
es que el establecimiento de los mercados secundarios permite que la gente
compre y venda estos trozos de papel, que otorgan al poseedor el derecho a
disfrutar de beneficios futuros. Hoy hay un sinfín de trozos de papel que pueden
comprarse y venderse y que autorizan al poseedor a disfrutar de algún tipo de
derechos o beneficios futuros. Puedo comprar y vender papel que me da derecho a
comprar y vender moneda a cierto tipo de cambio en un determinado momento futuro.
Ha habido un enorme crecimiento del mercado de tales derechos de papel. El
término genérico que se da a todas estas unidades de papel comercializable es
el de “títulos”.
Es importante reconocer que, aunque la emisión inicial
de una serie de bonos y acciones sea un medio para obtener fondos que pueden (o
no) usarse para la inversión productiva de capital, los mercados secundarios de
estos títulos no contribuyen directamente a la inversión productiva[5].
En vez de ello, los operadores de estos mercados (por ejemplo, el Mercado de
Valores) están comprando y vendiendo derechos sobre el valor futuro que se
creará en futuras actividades productivas. No están entregando fondos para esa
actividad productiva; están negociando la autorización a disfrutar de los beneficios
futuros que tales actividades reporten. Estos derechos sobre los beneficios
futuros de la futura actividad productiva son derechos directos o indirectos.
Una acción de la Ford es un derecho directo sobre la creación futura de valor
por parte de Ford. El bono que poseo del gobierno ruso es un derecho indirecto
sobre la futura producción rusa de valor. Conservo el bono no porque crea que
el gobierno ruso producirá valor, sino porque me pagará mi renta imponiendo
impuestos sobre la actividad productiva de terceros en Rusia: si no hay
producción no habrá beneficios para mi bono.
Esbozado este trasfondo, podemos ahora volver al
término “mercado de capitales”: este término, en realidad, se refiere principal,
aunque no exclusivamente, a los mercados de títulos, puede no tener nada que
ver directamente con la oferta de fondos de inversión de capital. Puede tener
que ver más con el proceso inverso: la negociación de los derechos que
autorizan a beneficios procedentes de la futura creación productiva de valor.
Al mismo tiempo, los créditos bancarios y los bonos pueden servir para
funciones de obtención de capital, pero también pueden servir para otros
propósitos,. Y ni los mercados de divisas ni los mercados de derivados tienen
nada que ver con la inversión de capital; examinaremos más tarde cuáles son sus
funciones.
¡Cómo puede producirse un abuso del lenguaje tan
evidente por medio del cual varios tipos de mercados financieros se describen
como mercados de capitales? La respuesta se encuentra en que en que no se trata de ningún abuso del
lenguaje: los rentistas y los especuladores. Los rentistas son aquellos que
derivan su renta de la obtención de beneficios sobre la producción futura. Los
especuladores son aquellos que derivan su renta de la negociación de títulos y
monedas que intentan vender a un precio superior al que los compraron.
Como se desprende de nuestro análisis, los rentistas no
son, en principio, un elemento integral del capitalismo. Aquellas partes de la
reproducción del sistema que necesariamente implican la canalización de fondos
monetarios a partir de la creación de valor anterior y de créditos en forma de
dinero ficticio podrían ser gestionadas enteramente por bancos comerciales (que
podrían ser de propiedad pública).
De este modo, cuando examinemos el crecimiento de los
llamados “mercados de capitales globales”, descubriremos que buena parte de su
actividad no está relacionada con el suministro de capital para la actividad
productiva. Lo está en cambio, con la negociación de los derechos sobre la
producción futura en diferentes partes del mundo o con la actividad empresarial
que ofrece varios tipos de seguro contra el riesgo. La tendencia en la
organización de los flujos financieros ha privilegiado progresivamente los intereses
de los rentistas y especuladores sobre las exigencias funcionales de la
inversión productiva. Este hecho se revela mediante un examen de las tensiones
entre lo que podríamos denominar los dos polos del capitalismo, el del capital
que negocia con dinero y el de aquellos empresarios que emplean el capital en
el sector productivo.
[1] El
término royalty incluye el interés,
la renta de la tierra, los impuestos, las comisiones por servicios financieros
y los dividendos. Extraigo el término de Shaikh y Tonak (aunque ellos no
incluyan los dividendos en su definición). Véase Anwar SHAIKH y E. AHMET
TONAK, Measuring
the Wealth of Nations. The Political Economy of National Accounts, Cambridge University Press, 1994.
[2] A lo
largo de este capítulo el término “producción” se refiere a aquellas
actividades que producen valores de uso. En las sociedades capitalistas no toda
la producción de este tipo está controlada por el capital privado: por ejemplo,
cocinar o el cuidado del hogar pueden no estarlo. No obstante, la parte
fundamental del sector productivo sí lo estará. Sobre la definición de este término,
véase Shaikh y Tonak, ibid.
[3] Véase Bob RWOTHOEN, Capitalism, Conflict and Inflation, Lawrence
and Wishart, 1980, y David HARVEY, The
limits of Capital, Blakwel, 1982. El libro fundamental de Harvey
proporciona una excelente revisión del papel de las finanzas dentro del capitalismo.
[4] Ethan B. KAPSTEIN: Governing
the Global Economy: International Finances and the Suite, Harvard
University Pres, 1994.
[5] La
justificación económica de estos “mercados secundarios” es que su existencia
facilita la búsqueda a compañías y gobiernos de compradores potenciales de sus
accione y bonos: los compradores tienen la seguridad de que más tarde pueden
vender fácilmente sus bonos y acciones en los mercados secundarios.