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E. M. FORSTER famoso célbre por su libro Pasaje a la India y por su novela gay publicada póstumamente Maurice |
Didier Eribon, Reflexiones sobre la cuestión gay. Editorial ANAGRAMA, Barcelona, 2001. pp. 291-293
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Christopher Isherwood, sentado sobre el piso con su "viril"amigo detrás |
(…) No
es posible, por tanto, hablar de la cultura homosexual “elitista” sin reubicarla en una cultura mucho
más amplia en la que participa un gran número de personas y en la que se codean
prostitutos de las clases medias, gerentes de cabarés o de burdeles y sus
clientes de todos los orígenes sociales. Aunque sólo fuere porque los
honorables universitarios, artistas o escritores iban a buscar a sus compañeros sexuales a esos lugares. Symonds cuenta que
un amigo le llevó un día a un burdel de chicos (en 1877). Y, poco después, tuvo
lo que parece haber sido su primera experiencia sexual satisfactoria con un
soldado que se prostituía, y al que había conocido en un sitio donde sabía que
encontraría lo que buscaba. Sin duda esos encuentros con la clase de hombres
que le gustaban de verdad explican, al igual que su evolución intelectual, el
hecho de que en los años 1890 superase la simple defensa de la “pederastia”
para emprender una apología de la “camaradería” basada en la amistad entre
hombres. Le emocionó tanto, en efecto, el encuentro con aquel soldado que
decidió volver a verle por el mero placer de hablar con él (“sin pensar en el
vicio”, dice). Comenta: “Esta experiencia tuvo una gran importancia en mi vida.
Me enseñó que la mutua atracción física entre dos hombres podría representar el
punto de partida de una profunda amistad.”
Tras haber abandonado Inglaterra para afincarse en Davos, con el fin de cuidar
sus pulmones enfermos pero también, sin lugar a dudas, de escapar de la
atmósfera asfixiante de su medio social y de la Inglaterra victoriana, J. A.
Symonds se abandonará al “vicio” que le atraía tanto, y a partir de entonces le
gustará pasar el tiempo entre campesinos suizos y gondoleros venecianos.
Hallamos esta imbricación entre
la cultura de la “’elite” y la de las clases populares en la vida –y al menos
en la obra- de numerosos autores de los que cabe afirmar que han desempeñado un
papel bastante importante en la aparición de un discurso homosexual en el siglo
XX. Parece ser que el “tipo sexual ideal” ha sido, en opinión de los
homosexuales de las clases altas, el joven de las clases populares y, para
muchos de aquéllos, el joven “viril”. Éste llegará a ser algo así como un
modelo a principios del siglo XX. E. M. Forster, por ejemplo, declarará que
quería simplemente amar a un joven robusto de las clases populares y ser amado
por él, y hasta sufrir por él”.
Podría decirse incluso que uno de los temas principales de
Maurice es justamente el encuentro, la interacción y la confrontación
entre esas dos culturas homosexuales masculinas, la de la “élite” y la de las
clases populares. Esta transgresión de las fronteras de clase en una sociedad
en que son tan rígidas puede incluso revestir los colores de la utopía, como
cuando Forster afirma: “La mezcla de los estratos sociales en el amor masculino
me parece una de sus características más acusadas y socialmente más
prometedoras. Cuando se produce, suprime las distinciones de clase.”
Cabría mencionar igualmente a Isherwood o Auden. En definitiva, las novelas
publicadas por el primero en los años treinta, como dirá sin rodeos en su
autobiografía de 1976, hablan de sus encuentros con jóvenes de la clase
trabajadora en Alemania, aun cuando esta realidad se disimule en los textos.
Y podemos suponer que ese contacto con la clase obrera, y el consecuente
conocimiento de sus condiciones de vida, fue efectivamente uno de los factores
determinantes de su compromiso con la izquierda.
Pero ya que hablamos del anclaje
de esos intelectuales en la subcultura homosexual, no desdeñemos formular una
pregunta que dista de ser secundaria: ¿qué pensaba de todo esto la mujer de
Symonds? ¿Y la de Wilde? ¿qué pensará la de Gide? Porque los tres estaban
casados, como tantos otros homosexuales.