miércoles, 20 de febrero de 2013

De la homosexualidad "pederasta"del Siglo XIX, a la "camaradería viril" entre los homosexuales de las "'élites"y los de las clases populares. Un rastro nuevo del surgimiento del pensamiento del fascismo y de las extremas izquierdas, que junto con otros definen la barbarie desatada en toda la mitad del Siglo XX.

E. M. FORSTER famoso célbre por su libro Pasaje a la India
y por su novela gay publicada póstumamente Maurice

Didier Eribon, Reflexiones sobre la cuestión gay. Editorial ANAGRAMA, Barcelona, 2001. pp. 291-293
Christopher Isherwood, sentado sobre el piso con su  "viril"amigo detrás




(…) No es posible, por tanto, hablar de la cultura homosexual  “elitista” sin reubicarla en una cultura mucho más amplia en la que participa un gran número de personas y en la que se codean prostitutos de las clases medias, gerentes de cabarés o de burdeles y sus clientes de todos los orígenes sociales. Aunque sólo fuere porque los honorables universitarios, artistas o escritores  iban a buscar a sus compañeros  sexuales a esos lugares. Symonds cuenta que un amigo le llevó un día a un burdel de chicos (en 1877). Y, poco después, tuvo lo que parece haber sido su primera experiencia sexual satisfactoria con un soldado que se prostituía, y al que había conocido en un sitio donde sabía que encontraría lo que buscaba. Sin duda esos encuentros con la clase de hombres que le gustaban de verdad explican, al igual que su evolución intelectual, el hecho de que en los años 1890 superase la simple defensa de la “pederastia” para emprender una apología de la “camaradería” basada en la amistad entre hombres. Le emocionó tanto, en efecto, el encuentro con aquel soldado que decidió volver a verle por el mero placer de hablar con él (“sin pensar en el vicio”, dice). Comenta: “Esta experiencia tuvo una gran importancia en mi vida. Me enseñó que la mutua atracción física entre dos hombres podría representar el punto de partida de una profunda amistad.”[1] Tras haber abandonado Inglaterra para afincarse en Davos, con el fin de cuidar sus pulmones enfermos pero también, sin lugar a dudas, de escapar de la atmósfera asfixiante de su medio social y de la Inglaterra victoriana, J. A. Symonds se abandonará al “vicio” que le atraía tanto, y a partir de entonces le gustará pasar el tiempo entre campesinos suizos y gondoleros venecianos.
                Hallamos esta imbricación entre la cultura de la “’elite” y la de las clases populares en la vida –y al menos en la obra- de numerosos autores de los que cabe afirmar que han desempeñado un papel bastante importante en la aparición de un discurso homosexual en el siglo XX. Parece ser que el “tipo sexual ideal” ha sido, en opinión de los homosexuales de las clases altas, el joven de las clases populares y, para muchos de aquéllos, el joven “viril”. Éste llegará a ser algo así como un modelo a principios del siglo XX. E. M. Forster, por ejemplo, declarará que quería simplemente amar a un joven robusto de las clases populares y ser amado por él, y hasta sufrir por él”.[2] Podría decirse incluso que uno de los temas principales de Maurice es justamente el encuentro, la interacción y la confrontación entre esas dos culturas homosexuales masculinas, la de la “élite” y la de las clases populares. Esta transgresión de las fronteras de clase en una sociedad en que son tan rígidas puede incluso revestir los colores de la utopía, como cuando Forster afirma: “La mezcla de los estratos sociales en el amor masculino me parece una de sus características más acusadas y socialmente más prometedoras. Cuando se produce, suprime las distinciones de clase.”[3] Cabría mencionar igualmente a Isherwood o Auden. En definitiva, las novelas publicadas por el primero en los años treinta, como dirá sin rodeos en su autobiografía de 1976, hablan de sus encuentros con jóvenes de la clase trabajadora en Alemania, aun cuando esta realidad se disimule en los textos. [4] Y podemos suponer que ese contacto con la clase obrera, y el consecuente conocimiento de sus condiciones de vida, fue efectivamente uno de los factores determinantes de su compromiso con la izquierda. [5]
                Pero ya que hablamos del anclaje de esos intelectuales en la subcultura homosexual, no desdeñemos formular una pregunta que dista de ser secundaria: ¿qué pensaba de todo esto la mujer de Symonds? ¿Y la de Wilde? ¿qué pensará la de Gide? Porque los tres estaban casados, como tantos otros homosexuales.


[1] The Momoirs of John ADdington Simonds. Op. fi., p. 254
[2] Citado enJeffrey Weeks, Coming out, op. cit., p. 41
[3] Ibid.
[4] Christopher Isherwood, Christopher and His Kind, op. cit. Sobre Wystan Auden véase la biografía de Humphrey Carpenter, W. H. Auden, Londres, Allen y Enwin 1981.
[5] Sobre este punto, véase Florence Tamagne , Recherches sur l’homosexualité, op. Cit. T. 1, pp. 105-113. Es probable, por lo demás, que esta misma atracción por la masculinidad “sencilla” de los trabajadores desempeñe asimismo un papel en la fascinación que ejercen la extrema izquierda y todos los fascismo sobre cierto número de homosexuales. 

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